
“Ahora mismo en España hay quince o veinte hombres que están pensando en acabar con la vida de sus mujeres”. Esto dijo el 27 de diciembre de 2010 Miguel Lorente, Delegado del Gobierno contra la Violencia de Género. Esta frase la pronunció en medio del revés sufrido en la aplicación de las medidas legales, jurídicas y policiales dirigidas a poner fin a la llamada “violencia de género”. Digo de antemano que pienso y defiendo que el autor de cualquier asesinato debe estar en la cárcel. Y si el criminal se aprovecha de su fuerza física o de la debilidad o indefensión de otra persona, debe cumplir treinta años en ella, no doce o quince como le suelen caer, y que fácilmente pueden quedar en seis de cumplimiento efectivo en un centro penitenciario.
Las medidas empleadas a fondo hasta ahora han sido las represivas, junto con las formativas e informativas (recuérdese el tópico que dice que la solución para cualquier problema social y para todo es la educación o, mejor aún, “la educación en valores”). Lorente da un paso más allá en esta política represora y menciona el pensamiento y la intención como motores del hecho. Es en este punto, con importantes repercusiones psicológicas, éticas, legales y policiales en el que me quiero detener.
El cargo público pone énfasis en “pensar” en cometer un delito ¿Quién no ha pensado alguna vez en hacer daño a alguien? Detrás late la idea de que esta sociedad sería mejor si pudiéramos saber lo que piensan las personas. Afloran aquí dos discursos emparentados, religiosos e ideológicos, de cariz totalitario, que consideran la intimidad de lo imaginado o deseado como amenaza o peligro. Discursos que atentan directamente contra la libertad más íntima y más inmediata: pensar, imaginar, desear. En el contexto en el que se produce la afirmación se pretende que se deduzca de forma directa que si se pudiera saber quién está pensando en matar a su cónyuge se podría evitar el delito. En la religión católica son pecado cierto tipo de pensamientos con intención pecaminosa, “desear la mujer del prójimo”, o “desear los bienes ajenos”. También se habla de pecados de “pensamiento, obra y omisión”. El control del pensamiento y la persecución de la opinión disidente es el eje de las políticas represoras de los regímenes totalitarios.
Fue George Orwell, en su novela 1984, quien magistralmente describió un estado totalitario, inspirado en la Unión Soviética, en el que la obsesión del régimen era saber qué pensaban sus súbditos. La policía del pensamiento observaba y registraba todos los detalles menores, expresiones faciales, temblores que podrían revelar un crimen de pensamiento (“A los ojos del Partido no hay distinción entre el pensamiento y la acción”). El crimen mental o crimen del pensamiento era “el crimen esencial que los contiene todos”. Los ciudadanos podían ser observados en cualquier momento, las personas nunca estaban solas y “puedes cometer un crimen de pensamiento sin saberlo”.
Pasando de la ficción literaria a cuestiones prácticas: ¿Es posible saber cuándo alguien puede cometer un delito? Tom Cruise, en la película de ciencia ficción Minority Report, representa el papel de un policía que pertenece a una unidad cuyo principal cometido es prevenir el crimen adelantándose a su comisión. Basándose en los poderes paranormales de un grupo de personas, localizan a quien tiene la intención de cometer un delito. La realidad actual es diferente. Predecir quién va a cometer un delito es difícil o imposible, más allá de la probabilidad ciega de que un delito es más fácil que se cometa en determinados entornos que en otros, y más por ciertos grupos de personas que por otros. Para ello son de ayuda, muy limitada por cierto, las estadísticas policiales. Muchas medidas preventivas, respetuosas con los derechos humanos y la legalidad vigente, van dirigidas por estos datos.
Existen medios técnicos, como la detección automatizada de emociones que se interpreta que serían las que experimentaría el delincuente antes de cometer el hecho. Se piensa que ciertas señales, como la aceleración del ritmo cardíaco, la sudoración, la palidez, movimientos erráticos, rigidez en la mirada o arrugas en la frente podrían indicar que la persona va a hacer algo malo. A lo sumo, estos instrumentos captan señales de preocupación o nerviosismo que pueden obedecer a varias razones diferentes, además de a la intención de delinquir o atentar. Las técnicas de detección del engaño, de las que me ocupé en mi libro “La Psicología de la Mentira” (Paidós, 2005), que también buscan saber qué piensa una persona, poseen importantes limitaciones y están muy lejos de resolver el problema de donde surgen: penetrar en el cerebro humano.
Los medios humanos, especialistas de seguridad que observan detalladamente a las personas en lugares de entrada y salida del país o en la cercanía de personas o lugares muy protegidos, tienen un éxito relativo. Detectan a delincuentes intentando sacar o introducir drogas en aeronaves, por ejemplo. Se basan en “perfiles” o conjuntos de indicios que se dan en quienes se detuvo anteriormente y que identificarían al posible delincuente. En los casos en los que el “camello” es detenido, obsérvese que ya ha cometido el acto delictivo, no que lo haya “pensado”. Afortunadamente estamos lejos de la lectura penetrante del pensamiento, y los medios técnicos y humanos, siendo útiles en general para la prevención, poseen un margen amplio de error en la invasión de la intimidad. Esperemos que se desarrollen medios de prevención del crimen que no invadan nuestra intimidad.
No sé si Lorente se arrepentirá de haber introducido esta cuestión en la justificación del tropiezo de su equipo. En el mejor de los casos intentaba concienciar de la gravedad de un problema, de la que todos somos ya conscientes. Pero apuntaba a la conciencia y a la intimidad del pensamiento. Las personas que ostentan responsabilidades públicas deben estar libres de estos estilos totalitarios. En el peor de los casos sus declaraciones informarían del deseo, y serían la prueba, de que nos encaminamos hacia un estado policial en el que el fin principal es controlar a la población en todas las facetas de su vida y por todos los medios, en especial los tecnológicos. Y esto incluye lo que pensamos. Espero que no sea así y que el estado represor, por las vías humana y tecnológica, se aleje y no se acerque. Resultan inquietantes las personas a quienes les pasan por la cabeza, y se les escapan por los labios ideas tan peligrosas. Tal vez sería preferible que emplearan su tiempo en una escuela, instituto o universidad explicando a un auditorio poco crítico vaguedades del tipo “la solución es la educación”, o “hay que educar a las personas en valores”, lo que sólo es cierto en parte y, además, es insuficiente.
Pocos días después de estas declaraciones, la Ministra de Sanidad y Asuntos Sociales invitaba a los ciudadanos a denunciar a los que no cumplieran la normativa antitabaco, lo que se une a una petición de la Dirección General de Tráfico que instaba a denunciar a los conductores que cometieran infracciones. Los aspirantes a Gran Hermano proliferan entre nosotros.
Lecturas clásicas:
Ray Bradbury, Fahrenheit 451.
Aldous Huxley, Un Mundo Feliz.
G. Orwell, 1984.
Otros libros relacionados:
J. M. Martínez Selva, La Psicología de la Mentira, Paidós, 2005.
M. Catalán, Anatomía del Secreto, Mario Muchnik, 2008.
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