Goneril
¡Queridísimo Gloster!
¡Qué diferencia entre
hombre y hombre!
Sea tuyo el favor de
una mujer:
mi cuerpo lo usurpa un
bobo.
(William Shakespeare, El
rey Lear)
La malvada Goneril confiesa su amor hacia Gloster (o
Gloucester) en la famosa tragedia de Shakespeare revelando la dualidad amor
carnal y amor romántico. Se descubre como la mujer que, enamorada de otro
hombre, se entrega obligada al sexo con su marido. Deja a éste gozar de su
cuerpo mientras ella sueña gozar, o goza cuando puede, con otro hombre. La
mujer Goneril puede pasar años y años pensando en otra u otras personas
mientras se somete pasivamente al acto sexual.
Este tipo de casos es bastante frecuente. Según me cuenta
una colega psicóloga: “Una de mis
pacientes, casada y con hijos, rompió de joven con un novio de quien estaba
profundamente enamorada y a quien sigue queriendo a pesar del tiempo
transcurrido. Años después se casó, por presiones sociales y familiares, con
otro hombre. Como ella dice “porque entonces había que casarse”. Y a la hora de
hacer el amor con su marido piensa siempre en el amor de su vida”. Esta
Goneril desea otro compañero: su amado y añorado novio de juventud. Construye
una barrera imaginaria que separa el acto físico, mecánico del amor, del deseo
y disfrute erótico plenos. No se plantea, sea por miedo, apatía, pereza o
convencimiento, romper la relación. La mujer Goneril sueña con un amante ideal
o real y, si puede, lo busca, lo encuentra y tal vez se embarque en una
relación o en una serie de relaciones fuera de la pareja para intentar obtener
lo que piensa que merece.
Por supuesto, no es un sentimiento o estado exclusivo de las
mujeres. Pensar en otra persona mientras se disfruta con otra es frecuente y
puede obedecer tanto al terreno de lo voluntario como de lo deliberado. A veces
puede ser una ayuda para aumentar la satisfacción. Cuando una pareja lleva
casada cierto tiempo, es normal que uno u otro piense en otra persona cuando
realiza el acto sexual. Claro, hay diferencias. Algunos fantasean con
celebridades y mitos, digamos George Clooney o Angelina Jolie. Otros con la
vecina o con un compañero de trabajo, o con la profesora de inglés de su hija,
o con su médico de cabecera. Aún así, hay que distinguir varias categorías. Por
un lado está el arrebato pasajero, como el ¡Uy!, que le viene a uno a la mente
al compartir el ascensor con la vecina. El encuentro, fortuito e inocente,
puede originar una temática de fantasía a la que se recurra, o que se presente
de improviso, durante el deleite carnal. Por otro lado está el encoñamiento u
obsesión de años que puede abrigarse hacia una colega o hacia el jefe. Por
último, puede tratarse de un interés serio, de una especie de cariño intenso
indistinguible del amor auténtico, que nació hace tiempo y que se mantiene o
incluso va creciendo. Cada una de esas circunstancias revela complejidades y
dificultades diferentes, que hay que abordar de forma también diferente: desde
la laxitud y el “laissez faire, laissez passer” hasta la preocupación meditada.
Referencias
William Shakespeare, El
rey Lear. Traducción de Ángel Luis Pujante. Madrid: Austral, 2009.
José María Martínez Selva, Celos. Barcelona: Paidós, 2013.