lunes, 9 de julio de 2012

Dos extraños fantasmas en mi memoria: Baltasar Garzón y José María Ruiz Mateos


Dos extraños “compañeros de viaje” para un comentario único. Tan distintos y, en algunos aspectos, tan semejantes. Hablé de José María Ruiz Mateos y de sus hijos cuando se destapó su gran estafa, que predije tiempo atrás, como se puede consultar en este blog ¿Se cumplirían también las intuiciones de hace años respecto al juez? ¿Apuntaba maneras también?

¿Qué decir de Baltasar Garzón y por qué merecen estar juntos en este texto? Garzón es juez de luces y sombras. Juez brillante, que me hizo sentirme orgulloso de ser español, allá por 1998 cuando procesó al general Pinochet. Quien se ha atrevido con ETA y con los GAL, en este caso por razones tal vez espurias, por puro rencor personal. En cualquier caso, un gran juez aunque en mi opinión no un buen juez del todo.

Las sombras vienen de momentos serenos, en los que nadie puede argumentar excusas ideológicas y de sangre caliente: “En 2002, el juez Baltasar Garzón solicitó a las autoridades de Jersey el listado completo de los clientes con domicilio en España del BBV Privanza Bank y los extractos de dichas cuentas correspondientes al período 1996-2000, si la suma de abonos superaba una cantidad determinada. La petición fue rechazada por el fiscal de Jersey, con el argumento de la protección a la privacidad de los clientes del enclave (El País, 28 de abril de2002). Fue una petición indiscriminada del juez español, que guarda cierto parentesco con el “detengan a los sospechosos habituales” de la película Casablanca, y no tiene nada que ver con una decisión profesional debidamente fundada.” Escribí esto en 2005.

Lo que Garzón hacía era lo que sencillamente se conoce como una “redada” (“fishing expedition”). Se trata de detener o recabar datos de un montón de gente para ver quién cae. Se mezclan posibles sospechosos con presuntos culpables a ver qué se obtiene. Espero, querido lector, que nunca sea investigado así.

El principal problema, más moral que legal, tiene que ver con uno de los principios de la administración pública que nos obliga a todos los funcionarios: a mí, a él y al resto. Nuestras decisiones tienen que estar motivadas. Tiene que existir una causa o razón suficiente para, por ejemplo en mi caso, poner la materia de un examen o la forma de evaluación, suspender a un alumno u obligarle a examinarse en otra convocatoria. Cuando se desempeña una función pública las decisiones no pueden ser arbitrarias, máxime en el ámbito judicial en el que cuestiones tan importantes (libertad, reputación, daño económico) están en juego. Asuntos que este juez se saltó a la torera, y que los demás (millones de personas) procuramos cumplir cada día. Parece que le cegó el afán justiciero, que no de hacer justicia, por encima de todo. Es saltarse los procedimientos, porque de entrada no se confía en ellos para alcanzar los fines que se persiguen. Si el propio juez no cree en los procedimientos ¿Por qué los ciudadanos tenemos que confiar en él?

Su procesamiento y separación de la carrera judicial han obedecido en buena parte a razones espurias, tales como vendettas judiciales, envidia por su protagonismo mediático y sus grandes éxitos. De la forma en que se mire, la condena a Garzón es excesiva. Pero también obedece a cuestiones más o menos graves, como lo que podría interpretarse como chantaje implícito al Banco de Santander para obtener financiación con el fin de organizar y cobrar unos cursos, cuando uno de sus directivos estaba implicado en un proceso en el que participó Garzón. Más grave es ordenar escuchas policiales respecto a las conversaciones en la cárcel entre letrados y defendidos. Hay algunas razones válidas para esta última actuación, que no concurrían en el caso. Lástima de juez. Entre los disparatados argumentos en su defensa se alegó impropiamente que no había otra manera de combatir la corrupción. El fin justifica los medios puede ser el fin de la justicia.

Por confirmar queda, si es cierto, una cena en la que el juez, según afirman, compartió mesa y mantel con Henry Kissinger, gran protector de Augusto Pinochet. Eso dice Kissinger en sus memorias, respecto a Pinochet y a Franco ¿Qué hacía el juez cenando con el protector de su perseguido? ¿Pagó el Banco de Santander esa cena? Espero poder responder pronto a esa pregunta.

¿Qué ha cambiado en los últimos tiempos? La entrada en escena de su hija, María Garzón con un libro en defensa de su padre ¿Necesita que lo defienda su hija? Me han venido a la mente los hijos de Ruiz Mateos y encuentro pocas diferencias entre las imágenes, no a nivel físico pero sí a nivel simbólico. En este último plano, los motivos para unirlos sobran. Me temo que habrá novedades en el futuro próximo. Por más que sus luces continúen brillando, espero que no nos tengamos que ver nunca frente a una persona con actuaciones de este tipo. En otro orden de cosas, en modo alguno se le pueden atribuir los desmanes económicos, lo que parece una gigantesca estafa, de los Ruiz Mateos.

Recientemente concedió una entrevista a El País (5 de agosto) en la que abunda en la animadversión de los otros jueces basada en la envidia y los celos, idea que comparto totalmente. Habría que recordar el caso del ex juez Gómez de Liaño y saber qué opina al respecto. Garzón esgrime ataques contra los que iniciaron una de las demandas contra él ("dejan bastante que desear"). Compartiendo esta opinión, habría que admitir que divide a la población entre los que pueden presentar demandas y los que no, según nos caigan bien o mal. Respecto a las escuchas dice que no estaban reguladas, modestamente discrepo si se mira el tratamiento constitucional y normativo de las telecomunicaciones y el derecho de defensa. Tampoco está regulado desinflar la rueda del coche del vecino o de un acusado. Su queja por la dureza de la sentencia, el apartamiento de la carrera judicial, está más que justificada.

Los personajes famosos se nos aparecen como seres unidimensionales, totalmente buenos o totalmente malos. Pero todos somos una mezcla de aciertos y desaciertos. Nuestros grandes momentos los aireamos y los fallos garrafales los escondemos. Sólo brillan, para bien o para mal, en algunas ocasiones, sobre todo cuando se es una persona conocida. Nuestra gran tradición cainita nos lleva a ensalzar y convertir en ídolos a quienes nos caen bien y a hundir a quienes nos caen mal. Me viene a la mente el dicho popular "En santo que mea, no creas", que gustaba citar el escritor José Luis Castillo Puche. El tiempo pondrá a todo el mundo en su sitio.

Referencia:

Martínez Selva, J. M. (2009) Los paraísos fiscales. Madrid: Dijusa

viernes, 3 de febrero de 2012

La Burbuja


Dos personas que se besan y se dicen cosas agradables el uno a la otra y viceversa. Un mundo pequeño, en muchos aspectos aislado y cerrado, en el que se intenta hacer feliz a la otra persona. Un oasis en el que la información molesta se oculta o disimula. Una burbuja.
Una de las cosas que más me sorprende en las reacciones del público y de los medios ante mi libro “Tecnoestrés” es que algunos lo reciben como un ataque contra las nuevas tecnologías. Aprovecho para subrayar que el libro trata de algunos de los inconvenientes, unos más graves que otros, que traen consigo las nuevas tecnologías. Tecnoestrés no es una enfermedad, sino más bien un término “paraguas” que agrupa problemas variados que provienen del mal uso, del rechazo a las nuevas tecnologías o de su utilización excesiva.
Así lo explico en el prólogo. Sin embargo he encontrado periodistas, sobre todo los que trabajan en o para medios digitales que se sorprenden, cuando no reaccionan algo hostilmente.
En un caso me entrevistó una periodista en Barcelona, algo molesta al principio de la entrevista, que dijo que no se había leído el libro y que no tenía intención de hacerlo. Según me contó, vivía y trabajaba en el mundo digital y todo lo pre-digital le sobraba. La conversación terminó mejor que empezó y la entrevista no quedó mal en la Red. Mantengo una relación cordial con la entrevistadora. En otro caso, me reuní con un periodista de una importante agencia de noticias que venía de una feria digital. Algo incómodo, me dijo que le chocaba acabar de ver los grandes avances digitales para de repente encontrarse con un defensor de la tecnofobia. A lo largo de la entrevista conseguí convencerle de que mi libro no iba contra las nuevas tecnologías, sino que se trataba de que las personas aprendieran a llevarse bien y a vivir felizmente con ellas. Al terminar, apagó la grabadora y me contó sus propios problemas digitales con una operadora de telefonía móvil que le había estafado. Terminaron en los juzgados. El caso podía haber servido perfectamente como ejemplo para mi libro.
En una reciente entrevista telefónica, la cosa iba muy mal y terminamos prácticamente a gritos ¡Cómo me atrevía yo a desafiar el mundo digital y todas sus maravillas! Al día siguiente la periodista me llamó y me dio la razón en algunas de los temas que tratamos. La entrevista tampoco salió mal del todo en esta ocasión. También mantengo una buena relación con la entrevistadora.
Un encuentro, a la vez amistoso y cálido, pero algo extraño, es el que he tenido hace poco en un Club Rotary de Murcia. La audiencia, profesionales y empresarios jóvenes y muy bien preparados, era de lo más estimulante. Participaron con ganas y con cuestiones muy pertinentes y agudas. Pero palpé de nuevo cierta desconfianza. Muchos de ellos consiguen sus clientes, sus pedidos y hacen sus gestiones a través de la Red. Les cuesta entender que haya personas a quienes nos cuesta adaptarnos. Da la impresión de que quienes no nos llevamos bien con las nuevas tecnologías somos pobres, viejos o tontos. En parte es verdad, las brechas digitales existen, pero en parte no es así. Simplemente, y como me sucede con los periodistas de quienes hablaba arriba, cuesta exponer estas dificultades a quienes se desenvuelven bien con estos medios y, además, se ganan la vida con ellos.
Los psicólogos tendemos a ocuparnos de los problemas de las personas, e intentamos ayudar a quienes los tienen. No debe extrañar que uno estudie y divulgue las preocupaciones de los demás, en este caso las que resultan de la implantación masiva de las nuevas tecnologías.
A todos nos es difícil ver lo diferente y escuchar algo distinto, porque solemos desarrollar gran parte de nuestras actividades en una “burbuja de información”, como señala el autor Eli Pariser. Esto ha ocurrido siempre: Oímos lo que nos gusta oír. Hace unos cuantos años era peor, ya que no había tanta diversidad de medios escritos, ni tantas emisoras de radio o televisión. Ahora, hay más información disponible que nunca, pero la información está cada vez más personalizada en Internet y quienes nos rodean tienden a decirnos lo que esperamos que nos digan. Es algo que siempre ha ocurrido, pero que la Red intensifica.
Los usuarios masivos de nuevas tecnologías, la mayoría jóvenes, con medios económicos suficientes, de alto nivel cultural y con formación tecnológica, no quieren escuchar que las cosas que les permiten sacar adelante sus negocios, disfrutar del ocio y ejercer eficazmente su profesión traen consigo problemas. Es fácil rechazar la información que no se ajusta a las expectativas y experiencias individuales y recelar o distanciarse de quien dice algo distinto. Sin embargo, la burbuja empobrece y la diversidad de información y opiniones enriquece. La solución es enriquecer la variedad de nuestras fuentes de conocimiento del mundo, combinar lo digital con lo predigital. Fomentar el trato directo, personal, tratar a los demás cara a cara siempre que sea posible, conocer a las personas en ambientes y situaciones diferentes. No limitarse al correo electrónico y a las redes sociales, hablar por teléfono cuando no se pueda hacer cara a cara, no contentarse con el flash de noticias, sino leer también artículos de fondo y, sobre todo, escuchar a personas de opiniones diferentes. En suma, salir de la burbuja o romperla de cuando en cuando.
Referencias:
- Martínez Selva, J. M. (2011) Tecnoestrés. Paidós
- Pariser, E. (2011) The filter bubble. What the Internet is hiding from you. Penguin