domingo, 31 de julio de 2011

Cacofonía


El pasado mes de junio, durante la promoción de mi libro “Tecnoestrés” (Paidós), algunos periodistas me preguntaron acerca del movimiento 15-M. Lo primero que respondía es que era muy pronto para saber cómo evolucionaría, lo que en el momento de escribir estas líneas (julio de 2011) resulta igual de válido. Pero lo más importante para mí era resaltar que el movimiento de los indignados en la Puerta del Sol y en otras ciudades españolas, demostraba lo que la Red podía y lo que no podía hacer.

Creo que la mayoría de los españoles, y así lo reflejan las encuestas, estamos de acuerdo con casi todas las reivindicaciones que dieron origen al movimiento: excesiva partitocracia, corrupción política, falta de transparencia, paro juvenil y no juvenil elevado, mano blanda con los bancos y los banqueros, sumisión del poder judicial al político, viviendas inaccesibles, y unas cuantas quejas más.

Las redes sociales, y en especial la red de información y comunicación Twitter, han conseguido agrupar y reunir a un enorme número de personas y mantener esta unión durante varios meses, alrededor de una serie de objetivos generales y de consignas. En sus antecedentes están las recientes revoluciones árabes del Norte de África y Siria que con desigual fortuna siguen hacia delante. Similar fenómeno ocurre cuando seguidores de un cantante o un grupo musical se pasan información relevante o quedan para un concierto. La capacidad de estos instrumentos en aunar voluntades y reunir seguidores es imbatible e imparable. Todo augura que son buenos medios para informar, denunciar e influir en la sociedad.

Pero lo más difícil es transmutar esta capacidad de convocatoria en resultados sólidos y visibles en el mundo real tridimensional. Para mí, éste es el aspecto en el que la Red muestra su debilidad, dado el carácter práctico, laborioso, técnico incluso, de conseguir cambios en el mundo real, entiéndase por vías pacíficas. Es casi imposible conseguir que miles de personas al unísono acuerden prioridades, procedimientos, medios y una agenda política viable para lograr los cambios. Se trata de un problema de liderazgo y de representación, entendidos en sentido amplio. Liderazgo no es que surjan una o más personas que realicen las tareas anteriores y a quienes se les pidan responsabilidades. Liderar no es sólo movilizar o ilusionar, es también marcar objetivos, formas eficaces de actuación y dar cuenta de lo hecho.

El movimiento es reacio a la representación, cuando ésta, si se organiza bien, es muy eficaz y, sobre todo, económica. Impedir desahucios interponiendo decenas de personas para que no se cumpla una resolución judicial es enormemente costoso en términos de tiempo y esfuerzo y arriesgado. Lo mismo puede decirse de realizar marchas a pie o simulaciones de marchas a Madrid o a Bruselas. Por otro lado, han aparecido en el movimiento conductas similares a las que critican en los políticos, como por ejemplo el boicot a medios de comunicación con los que no sintonizan: no hablan bien de ellos. Es un mimetismo curioso.

Miles de personas, por muy bien comunicadas que estén y muchas ganas que tengan, no pueden escribir “El Quijote” ni componer una sinfonía. La sintonía se convierte en cacofonía. Pueden actuar como fuerza de interposición para impedir lo que a sus ojos, y a los de muchos, es una injusticia flagrante. Pero el resultado final será escaso si se hace al margen del sistema. Muchos esperamos que los partidos y la sociedad civil (empresarios, medios de comunicación, sindicatos, poder judicial, instituciones académicas y científicas, asociaciones profesionales) en general, asuman bastantes de su planteamientos. Creo que si consiguen que estas reivindicaciones alcanzan la corriente principal de la vida social y política habrán prestado el mejor servicio posible a la sociedad y ésta les habrá correspondido de la mejor manera.

Referencia:

J. M. Martínez Selva (2011) Tecnoestrés. Barcelona: Paidós