domingo, 1 de agosto de 2010

"Práctica Cultural"


Leo en la prensa que Juana López Calero, Secretaria de la Asociación Murciana de Ayuda a la Infancia Maltratada, califica la ablación genital de “práctica cultural” (La Opinión de Murcia, 25 de abril de 2010). Para ser precisos, es el periodista quien extrae de sus declaraciones la expresión. En un exceso de corrección política, la señora López intentaba desvincular al Islam de la ablación genital, y la ingenuidad de la entrevistada facilitó el titular. Da igual si el hecho lo cometen cristianas (menos frecuentemente), musulmanas (mayoritariamente) o animistas. Esta salvajada se realiza en 28 países, la mayoría africanos, y amenaza cada año a tres millones de niñas. No hay datos de que este acto abominable de violencia entre mujeres se cometa en territorio español. Las inmigrantes aprovechan la estancia de vacaciones en su país para cometerlo.

Llamar “práctica cultural” a una agresión brutal y delictiva es uno de los eufemismos más descarados que conozco. Los eufemismos son peor que las mentiras. Esconden e incluso justifican atrocidades. Puede denominarse “práctica cultural”, según este peculiar criterio lingüístico, al Holocausto nazi, a la invasión de Irak, a los atentados del 11-S y del 11-M, a lo que los israelitas le hacen de vez en cuando a los palestinos, al maltrato doméstico a las mujeres, al asesinato de un seguidor de un equipo de fútbol por los de un equipo rival y a un montón de hechos que merecen calificativos más duros.

Con el empleo de este término y otros de la misma categoría, como llamarlos “ritos de iniciación”, se intenta según el lingüista Lakoff, remitir el crimen al marco de la discusión académica de corte sociológico y antropológico. No sólo se tapa el hecho con palabras, sino que se minimiza y se sustrae del ámbito e instrumentos que se deben emplear para combatirlo. Un hecho o una “práctica cultural” es cualquier comportamiento que ocurre en la sociedad y, por lo tanto, no significa nada. Ahora bien, al referirse así a una agresión salvaje, se la disfraza y se le resta gravedad. Aquí hay víctimas, agresores, heridas, infecciones y secuelas físicas y psicológicas. Es el terreno de la policía, la justicia, la criminología, la victimología y la psiquiatría. Si las mujeres de esta asociación, o del periódico en cuestión, hubieran sufrido una agresión de este tipo, no utilizarían estas palabras y, desde luego, actuarían de otra forma.

Otros aspectos de estos intentos de ocultamiento son más perversos, ya que crean una narrativa (“script”) que los justifica y dificulta su denuncia y persecución. Al atribuir el carácter “cultural” a un hecho brutal y delictivo, no sólo se minimiza su gravedad. La cultura goza de una aureola de respetabilidad que bloquea cualquier ataque a todas sus manifestaciones, por crueles y sanguinarias que sean. Si una persona va contra la cultura es un bárbaro y un fascista. El manto protector de esta narrativa arropa a los criminales. También se transmite la idea que a un hecho cultural se le combate con armas “culturales”: educación, lectura, conferencias, presentaciones con “power-point” y distribuyendo folletos. Así, la citada asociación dedica a este problema actividades como cursos, conferencias, e impresión y distribución de folletos para que las inmigrantes de algunos países africanos no cometan esta salvajada. A las delincuentes que justifican, organizan y ejecutan estos crímenes hay que perseguirlas, castigarlas legalmente y expulsarlas del país. No basta con armas “culturales”.

El lenguaje no es neutro y muchas veces duele. No tanto como la cuchilla con la que le cortan a la niña indefensa el clítoris y los labios menores, pero también hiere y mutila.