domingo, 2 de mayo de 2010

El Libro de Arena


La metáfora del homónimo cuento de Jorge Luis Borges, ese libro de infinitas páginas sin principio ni fin la utilicé en La Gran Mentira para expresar el ilimitado número de grandes mentirosos y grandes fraudes. No sólo los producidos y descubiertos hasta ahora, sino los que continuarán apareciendo y que prolongarían ad eternum un hipotético tratado que los recopile, convirtiendo la tarea de su descripción en enojosa e interminable. A tan sólo unos meses desde la publicación del libro, el elenco de fabuladores y el repertorio de grandes mentiras y fraudes sigue aumentando.

Recién entregado el manuscrito a la editorial se descubrió y saltó a los medios de comunicación el caso de Bernard Madoff, equiparable a nuestra Baldomera de Larra, hija del insigne periodista, y a los clásicos estafadores Ponzi y Kreuger. Madoff estafó más de 65.000 millones de dólares a unos 5.000 clientes, entre los que se cuentan su propia familia, ricos y famosos de todo el mundo e instituciones benéficas judías. Entre los estafados figuran también reputados banqueros, algunos de la tradicional banca suiza y también de la española, incluyendo varios miembros de la familia Botín. También cayeron en sus redes pequeños inversores cuyos ahorros eran agrupados por los intermediarios en grandes “paquetes” que se entregaban a “Bernie” Madoff y colaboradores. Los asesores, a quienes sus clientes pagaban por un consejo derivado de la experiencia y del análisis de los mercados, reducían su “savoir faire” a prometer generosos dividendos y a depositar los fondos en manos del ladino Bernie. Dentro del más puro estilo de estafa piramidal el truhán pagaba los intereses de los clientes veteranos con el dinero fresco de los nuevos. Mientras las Bolsas subían todo iba viento en popa. La caída, que antes o después debía producirse, se precipitó por la crisis financiera desencadenada en 2007.

Otra peculiaridad de Madoff, y común a muchos estafadores, es la de revestirse de una aureola de respetabilidad. Fundó su propia empresa de inversiones en 1960 y había sido presidente del NASDAQ, mercado norteamericano de valores de empresas tecnológicas. En parte, esta buena reputación se la había labrado a través de sus actividades filantrópicas, especialmente entre la comunidad judía lo que le proporcionaba, además, buenos contactos. Era un importante donante a universidades, como la Universidad Yeshiva y otras fundaciones benéficas de la misma religión. Como ocurre con los psicópatas, poseía encanto personal y era discreto y elegante. Cultivaba las relaciones sociales de alto nivel, especialmente entre la élite financiera.

No hay estafador sin un “primo” que se deje tentar por una ganancia segura elevada y se deje arrastrar por las apariencias. Bernie no sólo dominaba la mecánica del mercado, sino también la de la mente del inversor. Para suscitar la codicia ofrecía rentabilidades anuales de entre el 8 y el 12%. Utilizaba un truco parecido al del famoso estafador Víctor Lustig: hacerse de rogar. Un cualquiera no podía ser cliente suyo. Hacía falta para ello tener mucho dinero y el financiero judío se reservaba el derecho de elegir a sus clientes: es la vieja táctica de crear distancia para despertar el interés. Hacía creer al cliente que al captar su dinero pasaba a pertenecer a un club selecto y distinguido.

A posteriori, Madoff ha manifestado su asombro por no haber sido descubierto antes, ya que parece que el fraude comenzó en los años 80 del pasado siglo. Se habían recibido seis denuncias contra él, una de ellas en el año 2000 y al menos dos artículos en publicaciones de prestigio señalaban los puntos oscuros de sus actuaciones, entre ellos el que durante diez años no había realizado ninguna transacción. La autoridad reguladora financiera norteamericana, la Security and Exchange Commission llevó a cabo cinco inspecciones entre 1992 y 2008, sin que se detectaran infracciones. Dos de ellas, en 2004 y 2005, se realizaron de forma independiente. A pesar de haberle atrapado en mentiras y contradicciones no se consiguió probar nada. Tras ser detenido e interrogado, llegó a un acuerdo con la Fiscalía y hoy cumple condena a perpetuidad.

El fraude en la élite es más difícil de descubrir. Los expertos y directivos son los que mejor conocen el sistema, especialmente las medidas de seguridad, a lo que se une que los controles son más laxos en los niveles altos de responsabilidad. Es donde hay confianza y está mal visto desconfiar. También es más fácil que los escándalos queden impunes y se tapen para proteger la imagen pública de las entidades afectadas. Se llega al extremo de asumir los costes y prescindir del responsable del desaguisado con discreción.

Otro caso reciente es el de Félix Millet, destacado miembro de la burguesía catalana y persona completamente desconocida en el resto de España hasta que se descubrió una estafa que asciende de momento a más de treinta millones de euros. Protegido como Madoff por sus contactos, su reputación, y sus influencias, Millet ha protagonizado uno de los escándalos más sonados de fraude y corrupción en nuestro país, en el que se unen la política, la cultura, las finanzas y la filantropía.

Millet pertenecía a la alta burguesía catalana, unas cuatrocientas personas en total, que se conocen muy bien entre ellas y que aparentemente controlan la vida social, y parte de la económica, de Barcelona y Cataluña. Nombrado en 1978 director del emblemático Palau de la Música, era alguien fuera de toda sospecha. Ocupaba cargos en numerosas entidades, incluyendo la presidencia de la aseguradora “Agrupació Mutua”. Se aprovechó de su posición y sus contactos y durante años cometió irregularidades, desfalcos y desviaciones de fondos del Palau. La lista de actos delictivos perpetrados por Millet y colaboradores es interminable. Utilizaban facturas hinchadas, pagaban por obras no realizadas, desviaban dinero a empresas interpuestas y a cuentas bancarias propias, realizaron pagos directos y a través de fundaciones a partidos políticos, y gastaron enormes sumas en su propio beneficio: reformar sus residencias, celebraciones y viajes familiares. También han reconocido ser titulares de cuentas corrientes en Suiza. Como en todos los grandes fraudes, las sospechas existían desde tiempo antes, en concreto desde 2002. Entonces, el equivalente catalán al Tribunal de Cuentas informó de las irregularidades al gobierno regional. La investigación que terminó con sus andanzas la inició la Agencia Tributaria al detectar partidas de billetes de 500 euros distribuidos desde el Palau. Casos como los de Madoff y Millet continuarán produciéndose.

El mundo del periodismo ha aportado su cuota de grandes sinvergüenzas con Wallace Souza, periodista brasileño, político, diputado por el partido liberal en el parlamento del estado de Amazonas. Ex policía y ex militar, Souza era presentador de un programa de televisión líder en audiencia en la emisora Canal Livre, y encasillable en lo que se llama “telerrealidad”. Souza fue detenido y acusado de liderar una peligrosa banda de delincuentes involucrados en el tráfico de drogas, entre cuyas fechorías se encuentran varios asesinatos de competidores. Al parecer, planeaba y ordenaba las muertes de sus rivales y los transmitía casi en directo en sus emisiones. A menudo las cámaras llegaban a la escena del crimen antes que la propia policía. Para estupefacción de los investigadores, Souza “resolvía” algunos de los casos que difundía.

No es lejano este modus operandi, si no en la sustancia sí en el procedimiento, a la “telebasura” española. Dejando aparte la gravedad de los crímenes, el hecho de que un periodista organice, escriba el libreto o apoye que dos personas se pongan de acuerdo para que una acuse a la otra de algo impropio, se enfaden y finalmente se reconcilien para pasearse por los platós y repartirse las ganancias es también fabricar noticias.

También en el ámbito de los medios de comunicación y de la búsqueda de la fama, y a través de ella del dinero, se ha conocido el caso de la familia Heene. A mediados de octubre de 2009, el señor Heene residente en Denver, llamó a la policía diciendo que su hijo menor viajaba solo y por accidente en un globo de helio por los cielos del estado de Colorado. Mientras se interrumpía el tráfico aéreo en la zona, un helicóptero siguió al globo durante unas horas interminables hasta que aterrizó. Se comprobó entonces que en su interior no había ningún niño. Poco después el menor salía del desván de su casa, donde estaba encerrado. Unos padres en busca de notoriedad habían provocado este incidente, atrayendo la atención de todo el mundo durante unas cuantas horas. Rápidamente confesaron la invención. Ya habían participado en programas de telerrealidad y la búsqueda de la fama rápida les llevó a urdir el engaño colectivo.

Sin querer, ni poder, agotar los casos quiero terminar refiriéndome a un asunto que huele de lejos a estafa. Sin disponer de datos contundentes para poder sostenerlo delante de un tribunal sí se divisa la sospecha de algo poco claro en la manipulación de los recibos de la luz por parte de las compañías productoras y distribuidoras de electricidad en los últimos meses. Desde mediados de 2008 miles de españoles comprueban como sus recibos de la luz ofrecen cifras de consumo elevadas sin que exista justificación para ello. Facturas desmesuradas incomparables con cualquier recibo de otros meses. Miles de reclamaciones se han presentado en las oficinas de atención a los consumidores en todas las Comunidades Autónomas.

La explicación, o más bien un falso pretexto, es el cambio de la tarifa bimensual a mensual, en virtud del cual las compañías deben facturar mensualmente pero sólo disponen de contadores de lectura bimensual. Esta situación conduce a que uno de cada dos meses los consumos son “estimados” y no reales. Hasta aquí todo bien, el problema es que algunas de estas “estimaciones” triplican las cuantías de los meses de mayor consumo en un período de tres años, lo que indica que el cálculo realizado por las empresas no sigue en modo alguno una estimación mensual. Si fuera cierta y cabal la estimación realizada, en un solo mes se podría reajustar la estimación al consumo real y no habría reclamación alguna. A esta actuación, se une la picaresca española más rancia: cobrar muy poco un mes para acumular el consumo al mes siguiente, por ejemplo enero de 2009, y aplicar las nuevas tarifas más elevadas además de la penalización por exceso de consumo. Esta práctica llevó a miles de reclamaciones más en los meses de enero y febrero de 2009 en todo el país. El problema no es la “estimación” sino la elevación injustificada de la factura

La impresión es que mientras las eléctricas callan y devuelven, o no como sucede en muchos casos, el importe de la sobrecarga en los recibos, se van capitalizando y mejorando su cuenta de resultados. Los clientes actúan como prestamistas y se pueden consolar imaginando que están financiando a las compañías eléctricas, a modo de un nuevo capitalismo popular. En este peculiar lance en el que el gobierno de la nación apoya con su silencio a estas compañías y en el que las asociaciones de consumidores han obtenido magros resultados, surge claramente la dificultad de denunciar al poderoso. Es improbable que un periódico o una cadena de televisión se dedique a investigar este asunto hasta el fondo. La fuerte imbricación del poder empresarial, político y periodístico obstaculiza el curso de la denuncia. Una herencia poco denunciada del franquismo es el respeto reverencial a las autoridades las grandes compañías. Vivimos en una ausencia total de activismo contra los abusos de las grandes compañías. El contubernio gobierno-corporaciones-grupos de comunicación contribuye a dejar al ciudadano indefenso y a merced de los vaciabolsillos.

El consumidor se enfrenta a entidades que invierten cantidades fabulosas en campañas de imagen, presentándose como empresas punteras en la innovación y el respecto al medio ambiente. Buscan, como Madoff y Millet, revestirse de una aureola de respetabilidad que realce su imagen, les proteja de ataques y justifique unas actuaciones inadmisibles, más propias de delincuentes callejeros que de los paladines de la nueva economía del siglo XXI. Se suman con sus poderosos recursos a los indecentes protagonistas del Libro de Arena real.

Al repasar estas líneas recuerdo el caso de Grecia falseando sus cuentas ante el mundo financiero internacional. Leo en un periódico nacional el caso de otro periodista, en este caso italiano, que se inventaba exclusivas. El libro de arena no tiene ni principio ni fin.