domingo, 4 de abril de 2010

Smoking Gun


“Cañón humeante” podría ser el nombre adecuado para el policía nacional que fuma un pitillo mientras hace guardia. En el ámbito jurídico se aplica a veces a la disponibilidad de una prueba que inculpe de forma clara e inequívoca, y no simplemente circunstancial, a un sospechoso. En La Gran Mentira me referí a la falta de pruebas de las que adolecían los defensores de la teoría conspirativa de los atentados del 11M.

Ante sucesos tan brutales buscamos explicaciones que nos satisfagan. A menudo la versión oficial no puede explicarlo todo y sabe a poco. Siempre habrá lagunas, inexactitudes y coincidencias inexplicables, que muchas veces sugieren que pasó más de lo que se sabe y se dijo. En paralelo se desarrollan teorías basadas más en las emociones y en el alineamiento ideológico que en pruebas sólidas. Se termina aceptando más fácilmente las hipótesis que están de acuerdo con las actitudes e ideología de cada uno. Las hipótesis conspirativas encajan bien en lo que a uno le gustaría que pasara y, especialmente, en atribuir la culpa de lo sucedido al enemigo, lo que se ha llamado “sesgo de maldad”. El adversario es tan malo que o lo ha hecho él, o lo ha planeado y lo han hecho otros, o ha puesto los medios para que se cometa la atrocidad, o lo sabía y no lo ha impedido, o no quiere que se sepa la verdad porque se ha beneficiado del suceso y la oculta o impide deliberadamente que las cosas se sepan. O todo a la vez.

Mi idea respecto a las teorías conspirativas es que su mejor destino es convertirse en hipótesis de investigación. Pero deben descartarse si no se encuentran pruebas más allá de lo razonable.

Las teorías conspirativas suelen ser variadas: más o menos lógicas y más o menos alejadas de la realidad. También son voraces. Utilizan todos los datos para componer el argumento explicativo, siempre alrededor de unos autores emparentados con los enemigos ideológicos por intereses siniestros, o cuanto menos egoístas. Este tipo de teorías evolucionan con el tiempo y muchas de ellas se marginalizan y pasan a ocupar su espacio en la Red o en publicaciones de segunda fila. Así, las teorías conspirativas del 11S han ido perdiendo fuerza con el tiempo y prácticamente han sido enterradas desde la llegada de Barack Obama al poder. Nadie imagina que una de sus preocupaciones sea la de reabrir una investigación que se terminó con el informe oficial, en el que participaron representantes de los dos partidos. No obstante sobreviven teorías conspirativas en la red al respecto y para muchas personas son la única verdad.

Las teorías del 11M han evolucionado también. Por una parte ha disminuido la carga emocional y las teorías se han vuelto más realistas. Un reflejo de ello es lo que se puede leer en los dos periódicos contendientes en esta arena. El diario El País publicó el 11 de marzo de 2009 un artículo de Fernando Reinares, del Instituto Elcano, cercano al gobierno, que manifestaba esta tendencia. En nombre del interés nacional Reinares insistía en investigar a fondo la trama que organizó el bárbaro atentado. El diario El Mundo, por su parte insiste en la línea de investigación del explosivo utilizado. Precisamente estas dos incógnitas, quién organizó y planificó las explosiones, y cuál era el contenido exacto de los explosivos, son dos aspectos que la sentencia judicial del 11M deja en el aire. Por supuesto, es más que legítimo que quien no acepte la tesis oficial investigue y aporte pruebas.

Hace unos meses se publicó un excelente libro, La Cuarta Trama, cuyo autor José María de Pablo actuó como abogado de la acusación, representando a las víctimas, y que plantea las hipótesis conspirativas desde un punto de vista marcadamente objetivo, ateniéndose a lo probado. El autor encuentra indicios de la existencia de personas, expertos, que pudieron planificar y organizar los atentados y nunca fueron detenidos. Creo que todos estamos de acuerdo en este punto. También describe indicios de que parte de las investigaciones fueron entorpecidas por algunos miembros de las fuerzas de seguridad. No aporta, y lo reconoce en el libro, pruebas contundentes. No hay cañón humeante.

En alguna entrevista he explicado que las actuaciones e informes policiales pueden sesgarse o maquillarse por diferentes motivos: cubrir a un compañero o a un departamento o brigada, ocultar pasadas negligencias, errores, o incluso delitos, de uno mismo o de otros. Las pruebas pueden ser manipuladas para "cuadrar" el informe policial y presentar al juez (y a la opinión pública) un buen caso. La misma manipulación podría hacerse para que ciertos datos que pueden perjudicar al gobierno de turno se silencien. No creo, ni he visto ni leído, que exista base para que una acción de estas características pueda apuntalar la hipótesis de que deliberadamente se está ocultando o protegiendo a uno o más culpables.

La línea de los explosivos es interesante porque los indicios puestos de manifiesto en La Cuarta Trama y en la investigación de El Mundo, revelan que pudieron utilizarse sustancias del mismo tipo que las utilizadas por ETA. Esto último llevaría a pensar que el origen de los explosivos no sería sólo la mina asturiana, sino que podrían haberse obtenido de otras fuentes: el mercado negro de explosivos o la propia ETA. No hay pruebas sin embargo de que ETA haya estado implicada, sí indicios de que parte del explosivo podría haber sido suministrado por los matones vascos. Incluso si ETA vendió explosivos, no añadiría nada a la maldad del terrorismo nacionalista vasco, ni confirmaría que tuvo una participación activa en el atentado. Sí es cierto que esto atacaría no tanto a la versión oficial, sino a la calidad de la investigación policial, presumiblemente ya dañada según lo dicho en el párrafo anterior.

Nada me gustaría más que se supiera toda la verdad de lo sucedido (creo que será imposible). La versión “fuerte” de la teoría de la conspiración no es creíble. Pero al día de hoy, me gusta que los dos diarios nacionales coincidan en algo.